Dicen que fui el hijo más malo del mundo, el que nunca estaba en casa, el que siempre tenía una excusa para no ayudar. Mientras mis amigos jugaban, yo andaba en la milpa, en el campo, aprendiendo a trabajar duro. No era que no quisiera estar con mis padres, es que sabía que el trabajo debía hacerse.
Hoy entiendo que esos momentos de incomprensión y reproches fueron necesarios. No fui el hijo perfecto, pero me esforcé por ser el más trabajador. Porque ser malo a veces significa ser diferente, y ser diferente es lo que me hizo crecer.